lunes, 12 de julio de 2010

Reprimir o Suprimir a la Musa

Había una vez un pez aparentemente sutil, el hecho de que la mirase tanto, le incomodaba, nadie era agradecido con ella, nunca le regalamos un gesto bonito, ni siquiera le hablábamos, yo lo pensé un día, pero jamás me atreví, tampoco tenía opción, no me concentraba cuando la tenía cerca, me nublaba en todos los sentidos, es cómo si la envolviese un enorme celofán transparente, tenía cómo un aura a su alrededor, que provocaba un campo de fuerza que nadie se atrevía a acercarse a menos de metro y medio y dejaba una estela de electricidad tentadora.

Cuándo te fijabas detalladamente en ella, dictabas tu sentencia de placer mortal. Su belleza era tan extrema, que tenías miedo de aguantarle la mirada por si tus ojos ardían, tenía una altura resultona, un porte elegante, un erotismo ahogante que te envolvía como un velo dorado, un olor indescriptible que te penetraba de tal modo que la tenías todo el día presente, un caminar exageradamente pausado, parecía que lo tenía todo milimetrado para que te diera tiempo a admirarla, seguirla y perseguirla, alguna vez, te despistabas tanto que aparecías en la otra punta sin saber qué hacías ahí y cómo si tuvieras amnesia, no sabías tampoco cómo habías llegado y sólo al volver a coincidir tu olfato con semejante fragancia volvías a recordar esa adicción. Tenía una manera tan delicada de recoger las cosas, sobretodo violetas marinas, al agarrarlas provocaba un silencio suspirante.

Sabía que esto no podía seguir así, entonces me armé de valor y  le envié una carta al Pez Alcaldesa para que tomara alguna medida por el bien de la comunidad, dando la casualidad de no ser mi recurso el único pendiente.

Pez Capricho


No hay comentarios:

Publicar un comentario