martes, 31 de mayo de 2011

Shakespeare no era consciente, no

de la película y de las taras que crearía en las adolescentes, con las escenas perteneciente a su inmortal obra “Romeo y Julieta”:



Los AScensores,
guardados en las mangas de los edificios;
elevadores de deseos prohibidos, conductores de vicios;
pensamientos lujuriosos; empotrar-nos,
atrevimientos que ruborizan a sus tripulantes,
cápsula dónde escondernos,
cogerte del cuello hacia el espejo y empañar el cristal,
meternos mano sin perder segundos, una cuenta atrás,
que,  posiblemente no sucederán jamás,
es la imaginación la que vuela muchas veces,
ya que el trayecto suele ser más bien corto,
para lo que querríamos, -¿a qué piso va?-...

 ...mis labios, peregrinos ruborizados, están dispuestos a hacer penitencia por este áspero toque con un tierno beso  (...)  los labios; te ruegan que lo concedas, para que la fe no se vuelva desesperación. (...) Entonces no te muevas, mientras yo recibo el efecto de mi plegaria. Así quedan limpios de pecado mis labios, por los tuyos. [la besa] ...

Hay que leer las instrucciones de uso, aunque no les hagamos caso, porque sin saber muy bien a dónde vamos a llegar, mientras subimos, podemos desembarcar en la Azotea, ¡peligro!,dónde residen las obsesiones, la materia gris envuelta en sentimientos, ¿sube uno más?, -eso es lo de menos-, luego hay que bajar... Devúelveme mi pecado

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