martes, 20 de abril de 2010

El Luchador

El Pez Pirata se olvidó de sonreir, se sentía vacío, desganado, hacía dibujos en la arena aburrido, ignoraba lo que tenía a su alrededor, la comida no tenía sabor, estaba destemplado, hasta que un día decidió intentar seguir los consejos que una vez su padre le dió a su hermano mayor: "Escuchame bien y no pares nunca de luchar, déjate las escamas en cada cosa que hagas, sufre y aprende, ama y comprende, jamás tires la toalla, siempre en guardia, cabeza alta, pero con los pies en el suelo, no te distraigas ni te dejes distraer; ponte objetivos y se disciplinado; intenta no sobrevivir, esa palabra es de cobardes; lleva siempre que puedas la iniciativa; impón tus ideas, anticípate; no te dejes llevar, la marea sólo arrastra a los desesperados, no te dejes pisotear, que la vida es muy dura, uno lo empieza a descubrir más tarde, hasta que te abofetean el alma y ya es tarde; no sueñes despierto; marcate metas, ni sencillas que no te motiven, ni inalcanzables que te desmotiven, prométemelo hijo mío"

Y así día tras día vivía el Pez Pirata, se construyó una armadura transparente que únicamente él podía ver, para no mostrar sus debilidades, se sentía más protegido y cuando pasaron cien atardeceres se dio cuenta que sus victorias no le satisfacían, sus pequeños logros de nada servían y fue a visitar al Pez Mandala, el cual le preguntó nada más entrar por la puerta - ¿Cómo piensas curarte si dejas encerradas tus heridas?-

Pez Pirata- ¿Cómo has logrado ver mi armadura?, explícamelo por favor.
Pez Mandala- Deberías cambiar tu estrategia, de nada sirve luchar, demasiados frentes abiertos.

Pez Pirata - ¿Y qué hago?

Pez Mandala- Deberías empezar por perdonarte a ti mismo o jamás encontrarás ningún tesoro

No hay comentarios:

Publicar un comentario