miércoles, 30 de junio de 2010

En la Clase de la Felicidad

es donde más heterogeneidad existe, desde benjamines que no entienden ni su definición, pero disfrutan con las actividades, hasta peces filósofos, que no paran de mostrar sus más ásperas críticas, desde profesores de otras asignaturas, reforzando su dogma, hasta peces de todas las religiones, unidos por esta creencia común.
Es una clase que muchos alumnos acuden mínimo una vez en la vida e incluso algunos van todos los días, después se ausentan y por diferentes circunstancias particulares, vuelven a venir.
En tu primer día recibes una circular informativa, advirtiéndote que muchos peces se han hechos adictos, porque al entrar, te dan una píldora de color verde, máximo una a la semana y tu eres la que se administra y decides cuándo la quieres consumir. (Sigo sin entender porque no hacen nada al respecto, aunque yo soy la primera que no quiero que dejen de proporcionar el comprimido, porque al principio las utilizas alocadamente y sin sentido, pero con los años, cuando verdaderamente la necesitas te da la vida).
Existen periodos de descanso y reflexión, que se hacen eternos las primeras veces, muy cuesta arriba, porque te has acostumbrado a esa dosis artificial y sencilla, pero luego, en el último recurso de desesperación, aflora todo lo aprendido y lo vas practicando y te das cuenta que el resultado es mucho mayor que los beneficios efervescentes de la pastillita.
Porque uno de los lemas generales de esta Escuela, escrito a brocha gruesa en el hall del edificio dice: "todo aquello que no sirva fuera de estas paredes, estad seguros que no entrará en el temario".

Pez Carmín

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