jueves, 1 de julio de 2010

¡Para de mirarme así!,

dicen mis palabras, (mientras mis ojos se dilatan, mi boca se frena para no irte a buscar desesperadamente, mi respiración se entrecorta imaginándonos, mi pecho se hincha intermitente para lograr hiperventilar y controlar los suspiros indeseados que nos delatarían, mis piernas flojean y mi mente se arrodilla ante tu poder después de haberte invitado a consumirme toda), -me incomodas, déjalo estar-.

Una de mis clases favoritas es la que imparte el Pez Ojazos, ¡me apasiona!, no sólo por la profesora que interrumpe mis sueños y los protagoniza, sino que allí dentro nos enseñan a codificar las miradas, y ella... la tendríais que ver, te deja atónito, te desarma, te desmonta, te aniquila, me arranca todo... y todo esto deja latente mi patética lectura, dado que siempre pienso que me intenta provocar, me intenta seducir o decirme algo más allá de sus palabras, pero sé que me equivoco porque luego la observo cómo actúa con los demás y me siento un pez corriente y desgraciado, bueno tampoco es para tanto, pero no siento la especialidad recíproca, que yo tengo con ella.
Al grano, esta clase es muy importante, porque el lenguaje exclusivamente visual es probablemente el más sincero, más directo, en el que las conversaciones son muy muy profundas, tanto que te pueden dejar sin respiración, o que tengas algún accidente por la adicción de unos ojos desconocidos o simplemente que te avergüenzan, te transmitan miedo, te susciten dulzura o desafío, tanto te retan cómo te desnudan, te pueden lanzar cuchillos y rayos invisibles como enamorarte.
Las miradas de mamá, por ejemplo, a veces son de protección, a veces de llamarte la atención, a veces de que pares de hacer alguna travesura y otras que son como si nuestros ojos se abrazaran y los lagrimales segregasen bienestar anestésico.
Poco a poco voy descubriendo conversaciones nuevas, incluso de peces anónimos, cómo cuando voy en el metro acuático, cuando juego un partido o cuando estoy muy muy cerca de algún pez.
Nos hacen llevar tapones, aunque está prohibido hablar. Dice la seño que no hace falta ser un experto para traducir la comunicación no verbal, pero el problema es que todo nuestro cuerpo habla en todo momento, inconscientemente o no, y muchas veces acompañamos palabras contrarias a los mensajes que dicen nuestras pupilas y aunque le de vueltas y vueltas no acabo de entender , ¿por qué nos comportamos así tan cobardemente?, sobretodo en el ámbito de sentimientos y sensaciones, ¿qué tememos?, porqué no dejamos que hable la parte más honrada de nosotros. Entonces ¿quién miente?, ¿los gestos o las palabras?, lo tengo muy claro.

Pez Capricho

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